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martes, 13 de abril de 2010

El lenguaje de las OPAs

La lectura de los medios de comunicación británicos hace evidente el impacto que ha dejado la adquisición de Cadbury por Kraft a la que me he referido en algunas ocasiones no lejanas, en especial destacando cómo ha provocado una alteración de la tendencia a permitir OPAs sobre empresas británicas por parte de sus competidoras foráneas. Dejé constancia en una cercana entrada de la puesta en marcha de un mecanismo de revisión de la regulación de las OPAs ya iniciado por The Takeover Panel. Estamos ante una reflexión colectiva que parece querer poner fin a una situación en la que, frente al más o menos descarado nacionalismo económico de algunos Estados europeos, los sucesivos Gobiernos y los mercados británicos se han mostrado reacios a cualquier consideración política que pudiera obstaculizar OPAs, fueran de naturaleza hostil o amistosa. Las enseñanzas de Cadbury parecen alcanzar ahora a los aspectos lingüísticos que acompañan a las OPAs.

El lenguaje de las OPAs se proyecta en dos sentidos. Uno primero es el que podría calificarse como técnico-operativo, plagado de expresiones tan atractivas como equívocas. El lenguaje que desarrollaron desde hace decenios abogados y financieros y que llegó a los medios de comunicación presenta a las OPAs como atractivas batallas empresariales en las que, como se dice que sucede en las guerras, la primera víctima suele ser la verdad. Sólo así se explica, por ejemplo, que se diga que una OPA es hostil cuando propone a todos los accionistas de la sociedad afectada una relevante plusvalía con respecto al valor de cotización. La hostilidad es, por el contrario, manifiesta para los gestores de la sociedad afectada. El “caballero blanco”, las “píldoras venenosas” y demás figuras clásicas del género son categorías que a veces exageran el elemento de enfrentamiento, en detrimento de los motivos empresariales que justifican a oferta, que muchas veces están en la propia gestión de la sociedad afectada. No deja de llamar la atención que administradores que han conducido a la sociedad a una situación de vulnerabilidad (en sus resultados, en la evolución de la cotización bursátil, en el negocio, etc.) en detrimento de sus accionistas o trabajadores, distraigan la atención sobre la “agresión” que implica una OPA que trata de sacar partido (haciendo que se beneficien en primer lugar y de manera rotunda los accionistas) de la incompetencia de los gestores.

Como ya indiqué, puede aceptarse que situaciones de conflicto conducen a la exageración y deformación de las palabras y de los argumentos, abriendo la puerta a un maniqueísmo en el que el dominio de la información es tan relevante como cualquier otra variable de la estrategia de defensa. En esa vertiente informativa que acompaña a toda OPA se pone de manifiesto la importancia de ese segundo aspecto del lenguaje como manera de expresarse y reaccionar al escenario que propone una OPA. Tan importantes como los asesores legales o financieros pasan a serlo los expertos en comunicación. A ellos compete que la posición de las partes en liza afecte al desarrollo de la oferta, cuando no a su presentación y desenlace. En relación con este segundo aspecto incluía el Financial Times en su edición de este último fin de semana un breve e interesante editorial titulado Sticks and stones en el que incluía algunas observaciones sobre cómo la formulación de OPAs influye en el lenguaje y en el comportamiento de las empresas implicadas. Comienza el editorial indicando:

While it is true that a majority of takeovers add no value for shareholders – at least those of the buyer – they have a saving grace. They add to the gaiety of nations.

Corporate life is conducted publicly in a suffocating atmosphere of politeness. Only in the heat of a bid can bosses let their hair down and fire off some childish insults.”

A partir de ahí, el editorial se encargaba de hilar toda una serie de “perlas cultivadas” pronunciadas en distintas OPAs en otros mercados (EE.UU., Australia, Irlanda o Suecia) cuya lectura provoca sin duda una sonrisa. La agresividad de los autores de esas frases “memorables” (a veces para los que las pronunciaron, que al hacerlo firmaron su defunción empresarial una vez que el oferente se hizo con el control) la contrapone el titular con la elegancia con la que los administradores de sociedades británicas afectadas por una OPA reaccionaron ante su presentación. Reaparece el caso Cadbury, puesto que su Presidente se limitó a señalar que la sociedad oferente era “a low growth conglomerate”.

Como cierra el editorial un párrafo que comienza “Globalisation opens the door to new variants of the bid insult”, no he logrado deducir si lo que se propone es que, en línea con la época de mayor acometividad que parece abrirse para los mercados de control británicos, se invita a los directivos de las sociedades cotizadas a adoptar el insulto del oferente como defensa o, precisamente, a optar por lo contrario. El título del editorial se corresponde con el del dicho inglés “sticks and stones may break my bones but words will never hurt me”, que tiene un sentido similar al que señala que “no ofende quien quiere, sino quien puede” o el que aconseja que “a palabras necias, oídos sordos”.

Al final, en las OPAs la realidad se impone, sobre todo cuando, a los ojos de los accionistas, hasta los más ingeniosos y vitriólicos insultos palidecen ante la contundencia de la contraprestación ofrecida. También en las OPAs rige la enseñanza de Don Francisco de Quevedo:“que pues, doblón o sencillo,hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero.”


Madrid, 13 de abril 2010